¿Franco o Castro?

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¿Franco o Castro?

por Ricardo Angoso

@ricardoangoso

rangoso@iniciativaradical.org/web

En el año 1975 murió en la cama Francisco Franco Bahamonde, Jefe del Estado Español desde el año 1936, y uno de los líderes occidentales más longevos y admirados en la escena internacional. España era entonces la undécima potencia del mundo en términos económicos, el país era un estrecho aliado de los Estados Unidos y Europa en la escena internacional y uno de las naciones más estables y seguras del mundo. Un país que daba envidia a sus amigos y  a las naciones azotadas por la guerra y la violencia. Había un seguro social para los trabajadores, se entregaron miles de viviendas gratis (sí gratis) a millones de personas durante años, la educación pública era totalmente gratuita, las carreteras atravesaban el país y el desempleo era inexistente.

Teníamos también en España el mejor servicio de correos del mundo, los ferrocarriles funcionaban y salían a la hora en punto, la policía era impecable y nuestros hospitales atendían a todos los enfermos sin distinción de clase o género. ¿Alguien da más? Era una dictadura, a veces terrible y a veces no, pero el país funcionaba hasta el punto que miles de socialistas y comunistas, tan radicalmente contrarios al régimen, cursaron sus estudios en la universidades franquistas. Nadie les exigió nada a cambio ni les impidió estudiar. Nada, por muchas mentiras que dijeron y siguen diciendo.

Cuarenta y un años después de aquella defunción en Madrid, ha muerto el dictador Fidel Castro, máximo líder de la revolución cubana y líder casi vitalicio de Cuba desde el año 1959. Castro deja una herencia nefasta en todos los terrenos. El país es uno de los más atrasados del mundo, millones de cubanos han tenido que abandonar esa gran isla-prisión en busca de mejores expectativas y los presos políticos, por citar solo algunos aspectos nefastos, se contaron por miles en estas décadas. Sus supuestos éxitos en salud y educación, que repiten hasta la saciedad todos los progres del continente y los papanatas de izquierda de los Estados Unidos y Europa, quedan en entredicho si se comparan con los de los países socialdemócratas del mundo, como Finlandia, Noruega o Suecia, por poner tan solo algunos ejemplos.

Al contrario que en España,  en la Cuba que deja Castro no funciona nada o casi nada. Las viviendas, junto con todo el patrimonio, se caen por el abandono y la dejadez de años y años. Los cortes de luz son habituales, escasea casi todo y los cubanos han sido condenados a un régimen de apartheid en su propio país, no pudiendo disfrutar de casi nada de lo que gozan los visitantes extranjeros a precios de oro. No hay preservativos, ni ropa que comprar, ni gasolina. Y lo que se encuentra, que es bien poco, hay que pagarlo en dólares y vender tu alma al Diablo para conseguirlo. Castro convirtió a su isla en un gran burdel donde la gente se vende al mejor postor para comprar unas bragas o unos calzoncillos. Una vergüenza continental en pleno siglo XXI.

España se convirtió en una democracia, Cuba degeneró en una sátrapía

Franco, además, eligió como sucesor al Rey Juan Carlos I, verdadero motor de la Transición política en España y auténtico impulsor de un proceso de modernización social, política y económica sin precedentes en Occidente. La clase media que había generado el franquismo, con sus errores en algunas materias, como en el respeto a los derechos humanos, fue el verdadero motor de este cambio en España. Como fruto de esa dinámica social impulsada durante la dictadura, los dos primeros ministros de la democracia -Adolfo Suárez y Felipe González- eran de clase media y no de familias pudientes.  Ya quisieran en muchas partes de América Latina, donde gobierna la mediocridad clasista y una manga de ladrones sin pudor, haber tenido un Franco de turno que hubiera puesto orden en su desgobierno crónico.

Castro, al contrario que Franco, nunca impulsó un diálogo político ni abrió el camino para una Transición a la democracia, sino más bien lo contrario. Persiguió a los disidentes políticos, fusiló a los adversarios, mandó a los campos de concentración -llamadas Unidades Militares de Ayuda a la producción (UMAP)- a los homosexuales y destruyó la incipiente sociedad civil que asomaba la cabeza en los albores de esa gran catástrofe que fue la mal llamada revolución cubana. El país, de la noche a la mañana, volvió a la prehistoria. La Cuba de 1959 tenías unos indicadores de desarrollo social, cultural y económico mucho mejores que el resto de las naciones del continente. Castro destruyó su propio país, traicionó a su gente, que pensó que iba a traer la democracia, y envió a millones de cubanos a la terrible aventura de tener que embarcarse en cualquier objeto flotante con rumbo hacia la Florida. Todo cubano, fuera o no simpatizante de la tiranía castrista, soñaba con acabar sus días en el oprobioso infierno capitalista. No era para menos. Era una vez un país que creyó en Papá Noel, que era Castro, y Papá Noel se acabó convirtiendo en un ogro.

Me imagino que todos los progres, escribidores a sueldo de izquierda y demás papanatas de la progresía internacional, incluyendo a los Maduro, Correa, Santos, Ortega y Morales de turno, seguirán repitiendo las sandeces y panegíricos al uso para glorificar y alabar a Castro, pero el juicio de la historia no se podrá alterar. La historia no absolverá a Castro, sino que lo condenará eternamente. Millones de exiliados y perseguidos son el testimonio de la gran tragedia que ha vivido Cuba en estos largos años de satrapía. Nada ni nadie, pese a las estériles palabras que resuenan en La Habana, podrá cambiar esta triste realidad. Y, entonces, la pregunta que corona estas líneas apenas tiene ningún sentido. La respuesta es, evidentemente, obvia.

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